Ser madre es un derecho, no una obligación. Y dentro de ese derecho está también la libertad de decidir cómo alimentar a nuestrxs bebés: con pecho, fórmula o de otras formas. Las mujeres con VIH tenemos derecho a tomar esa decisión basándonos en información clara, actualizada y sin el peso del estigma que tantas veces nos rodea. Es hora de hablar, de romper el silencio, de exigir respeto. Porque decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra salud y sobre la vida de nuestras hijas e hijos es un acto de poder, no de permiso.
Durante
mucho tiempo nos dijeron que no podíamos. Que ser madre con VIH era un riesgo,
un peligro. Que no debíamos amamantar. Pero eso no es lo que dice la ciencia
hoy. La Organización Mundial de la Salud reconoce que con tratamiento
antirretroviral y carga viral indetectable, la lactancia materna es una opción
segura para las mujeres con VIH. Y eso cambia todo.
Se
trata de ejercer derechos. De entender que cuando nuestro tratamiento está bien
sostenido, cuando tenemos acceso a controles médicos y a información confiable,
no hay razón para que nos nieguen la posibilidad de amamantar si así lo
decidimos.
Lo
que muchas veces nos frena no es la realidad del virus, sino el miedo de lxs
demás. El estigma. La desinformación. La mirada prejuiciosa de un sistema que
todavía no se actualizó. Nos dicen que es peligroso, que mejor no lo hagamos,
pero no nos preguntan cómo estamos, ni si queremos, ni si sabemos que sí
podemos. Lo que nos niegan es el acompañamiento.
No
pedimos permiso para maternar. Exigimos respeto, información y apoyo real.
Queremos profesionales de salud que nos escuchen, que se actualicen, que dejen
de decidir por nosotras. Queremos poder hablar sobre lactancia sin sentirnos
culpables. Y si decidimos no amamantar, queremos que eso también sea respetado,
sin juzgamientos ni presiones.
Porque
no todas vamos a elegir lo mismo, pero todas merecemos tener opciones reales. Y
eso incluye acceso a fórmula segura, información clara sobre cómo alimentar a
nuestrxs bebés, y contención emocional para atravesar la maternidad sin miedo
ni soledad.
Sabemos
que muchas veces ser madre con VIH viene con un peso extra: el de tener que
demostrar que somos capaces, que no somos un riesgo, que sabemos cuidar. Pero
no estamos solas. Estamos organizadas. Estamos hablando, gritando, abrazándonos
entre nosotras. Y estamos construyendo redes donde la maternidad no se vive
desde la vergüenza, sino desde la fuerza de saber que tenemos derecho a vivirla
como cualquier otra mujer.
No
se trata solo de leche. Se trata de libertad. De dignidad. De romper con las
narrativas que nos quieren hacer sentir menos. Las mujeres con VIH sí somos
madres, sí criamos, sí amamos, y sí decidimos.
Decidir
cómo alimentar a nuestrxs bebés no debería ser un privilegio, sino una
garantía. Por eso, nuestro activismo sigue creciendo, exigiendo políticas
públicas, acceso igualitario a tratamientos, a controles, a espacios sin
discriminación. Porque hablar de lactancia con VIH es hablar de derechos
humanos.
Y
no vamos a callarnos. Porque, si nos organizamos, si seguimos construyendo
juntas, si hablamos nada ni nadie va a volver a decidir por nosotras.
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