lunes, 26 de mayo de 2025

Revolución Cervical: el cáncer que no debería matarnos


Hablar de cáncer cervicouterino es hablar de una deuda histórica con la salud de las mujeres. Y para las mujeres con VIH, esa deuda se multiplica. En nuestras comunidades, el cáncer cervicouterino no es solo un problema de salud pública: es una expresión más de las desigualdades estructurales que enfrentamos todos los días. Es el resultado de un sistema que sigue dejando atrás a las mujeres con VIH.

 

El cáncer cervicouterino se origina en el cuello del útero y, en la mayoría de los casos, está asociado con ciertos tipos de virus del papiloma humano (VPH). Este virus se transmite por contacto sexual y puede causar lesiones precancerosas que, si no se detectan ni se tratan, pueden transformarse en cáncer. Pero el riesgo no es igual para todas.

 

Las mujeres con VIH enfrentamos un riesgo mucho mayor de desarrollar cáncer cervicouterino. Nuestro sistema inmunológico, afectado por el VIH, tiene más dificultades para controlar infecciones como el VPH, lo que favorece su persistencia en el cuerpo y acelera la progresión de las lesiones. Además, si no accedemos regularmente a controles ginecológicos, estas lesiones pueden avanzar sin ser detectadas a tiempo. No es solo un dato clínico: es una realidad urgente.

 

Pero el riesgo biológico no explica todo. Lo que realmente agrava esta situación son las barreras sociales, económicas y políticas que impiden el acceso equitativo a la prevención, el diagnóstico y el tratamiento. Muchas mujeres con VIH ni siquiera saben que tienen más riesgo de desarrollar este tipo de cáncer, porque no reciben información adecuada ni en los servicios de salud ni en los espacios comunitarios. La falta de educación sexual integral y de campañas específicas invisibiliza el problema.

 

A eso se suman las dificultades concretas para acceder a los controles. En muchas regiones, especialmente en zonas rurales o en contextos de pobreza, los estudios como la citología (el Papanicolaou) o el test de VPH no están disponibles, o lo están solo de manera esporádica. Hay listas de espera eternas, falta de insumos, turnos postergados y profesionales que no siempre tienen una mirada libre de prejuicios sobre las mujeres con VIH. Muchas veces debemos enfrentar estigmas, discriminación o maltratos que nos alejan del sistema de salud. La atención no siempre es confidencial, ni respetuosa, ni centrada en nosotras.

 

Y si hablamos de prevención, la situación es aún más desigual. La vacuna contra el VPH, que puede proteger contra los tipos más peligrosos del virus, no está garantizada para todas. Hay países donde no se aplica en adultos, otros donde no se contempla para mujeres con VIH, y en muchos lugares directamente no se consigue. ¿Cómo vamos a prevenir lo prevenible si no tenemos acceso a las herramientas básicas?

 

Sabemos que con controles ginecológicos regulares, vacunación y seguimiento adecuado, el cáncer cervicouterino se puede evitar. Sabemos que detectar lesiones tempranas salva vidas. Pero para eso necesitamos políticas de salud pública que nos incluyan. Necesitamos que se nos escuche, que se reconozcan nuestras necesidades específicas, que se destinen recursos reales y que se garantice el acceso en todos los niveles del sistema de salud.

 

Desde el Movimiento de Mujeres Positivas lo decimos claro: el cáncer cervicouterino no puede seguir siendo una causa de muerte para las mujeres con VIH. No estamos pidiendo favores, estamos exigiendo derechos. Salud gratuita, universal, con perspectiva de género y centrada en la vida de las mujeres.

 

También exigimos información accesible, materiales educativos que nombren esta relación entre VIH y cáncer cervicouterino, campañas que lleguen a todas y no solo a quienes ya están dentro del sistema. Exigimos respeto, confidencialidad y acompañamiento. Porque no es lo mismo enfrentar un diagnóstico cuando se cuenta con apoyo comunitario, con una red de otras mujeres, con profesionales que nos miran como personas y no como casos clínicos.

 

Revolución cervical es poner el cuerpo en la exigencia. Es hablar de este tema en voz alta. Es organizarse para que ninguna más se quede sin diagnóstico, sin tratamiento, sin opciones. Es visibilizar que lo personal es político, y que nuestra salud también lo es.

 

Hoy más que nunca, levantar la voz por nuestras compañeras. Por las que no llegaron a tiempo. Por las que aún no saben que están en riesgo. Por las que, como nosotras, creen que otra forma de vivir y de cuidarnos es posible.





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